Un día escribió que no
sabia si enamorarse o si tomarse un café,
puesto que quería
sentir algo en el estómago,
pero solamente de
alguien que mereciera la pena y la alegría también.
Indecisa y con el corazón aturdido, la
acompañó el olvido.
Pasaron las horas, los días y los meses,
los segundos se le escaparon de las manos.
Tenía un caos mental que cada vez la
estaba perdiendo más y más.
Con el tiempo se fue curando y sus
cicatrices fueron sanando.
Cuando realmente estaba recuperada,
comenzó a confiar
y descubrió uno de los pocos corazones de
verdad, que deberían de quedar.
Entonces fue cuando sus palabras, sin
saber cómo, la enamoraron.
Al principio no se hablaban, pero adivinaban lo que sentía el otro descifrando sus esquivas miradas, ella sentía esas punzadas que la quitaban
y daban vida a la vez.
Pero en verdad la encantaban.
Pero en verdad la encantaban.
No se atrevían a mirarse, pero finalmente
sus miradas se cruzaron.
Realmente no sabe que fue, si suerte o destino,
si azar o atino.
Pero finalmente decidió tomarse un café
con él.
Ella arriesgó y ganó, ella dijo:
-Un café para toda la vida, por favor.
Un café para dos.
Solo espera que el café no la termine sabiendo amargo.
Sandra
Sandra